miércoles, 28 de marzo de 2012

La democracia como medio

He de decir que asisto con sorpresa y cierta perplejidad al revuelo que ha levantado el último post de Jorge. El artículo en cuestión fue suscitado por el siguiente comentario de Alberto Garzón en Twitter: “La democracia no es un fin, sino un medio”. Aunque la cuestión se presta a un debate interesante, no es la primera vez que tengo la sensación de que, en lo que respecta a la teoría política, se tiende a confundir medios y fines. Recuerdo que, con ocasión del caso Garzón, tuve la impresión de que algunos analistas hacían una defensa de la independencia judicial como si esta fuera un fin en sí misma, y no como lo que en realidad ha de ser: el medio para alcanzar la imparcialidad de la Justicia, verdadero fin. Ahora, vuelvo a percibir que fines y medios se confunden cuando se aborda la naturaleza política de la democracia. Por ello, las líneas que siguen tratarán de explicar por qué creo que la democracia es un medio y no un fin.


No es que yo sea marxista en los términos en que se define el diputado de IU Alberto Garzón, pero sí hay una cosa evidente en la que Marx tenía razón: la historia es conflicto. De Antígona a la primavera árabe, cualquier análisis político es el análisis de un conflicto. En este sentido, la democracia es un medio (el mejor medio que hemos encontrado) para canalizar los conflictos. Y digo canalizar porque ni siquiera es un medio para resolver problemas, tan solo brinda un sistema eficaz para adoptar decisiones. Rara vez suele suceder que en esta matriz de pagos social se alcance el punto de equilibrio que acabe con un problema. Asumimos, pues, que la democracia no es el fin de los conflictos, sino el medio que institucionaliza el modo de convivir con ellos.

En España, la democracia republicana de 1931 era el medio para poner fin a un siglo XIX turbulento, marcado por el golpismo y el pronunciamiento militar, algo que Cánovas había definido como “la peor de nuestras desdichas”. En lugar de eso, lo que se proponía era un pacto, pero no un pacto como claudicación, al estilo de Vergara o El Pardo. El turnismo se había revelado vicioso y la democracia se presentaba como un sistema de acuerdos para sentar unas reglas del juego, esto es: un medio para otorgar legitimidad al Gobierno. Por supuesto, el experimento fracasaría, por razones que no entraré a analizar hoy, pero es interesante el concepto de legitimidad que introduce la democracia, y que no es otra cosa que el medio que posibilita la gobernanza.

En efecto, la democracia otorga legitimidad política al Gobierno mediante la legalidad en la elección. Ya señalaba Locke que no hay más gobierno legítimo que el que tiene el consentimiento de los gobernados. Cuando no existe esta legitimidad, no hay incentivos para la obediencia, y la ingobernabilidad (en el sentido de desgobierno que sentaron Crozier, Huntington y Watanuki) está servida. Parece claro, por tanto, que la democracia es un instrumento al servicio de la gobernanza y, por consiguiente, un factor de gobernabilidad (entendida como posibilidad o probabilidad de gobernar, para seguir con Crozier, Huntington y Watanuki).

Por último, hay otro aspecto a considerar cuando hablamos de democracia. Popper decía que la democracia es un sistema para crear, desarrollar y proteger las instituciones que hacen imposible el advenimiento de la tiranía. Efectivamente, una vez más, encontramos que la democracia no es más que el medio que nos permite conservar la que es nuestra mayor conquista: el estado de derecho. El mantenimiento del estado de derecho es un fin último, un valor supremo que no puede poner en cuestión ni siquiera la propia democracia. Por eso no todo es votable, por eso decidimos darnos unas normas (la Constitución) con las que limitamos nuestra propia capacidad de decisión.

La democracia no es el fin, es el medio que canaliza mejor los conflictos, el que legitima los gobiernos, el que hace posible la gobernanza y perpetúa las instituciones. Y no es perfecta. De hecho, seguramente tenía razón Churchill cuando afirmaba: “La democracia es el peor de todos los sistemas políticos, con excepción de todos los sistemas políticos restantes”.