lunes, 30 de junio de 2014

Otros incentivos para otras élites políticas


(Nota: este post fue publicado originalmente, en una versión en catalán, en Cercle Gerrymandering http://www.cerclegerrymandering.cat/nous-incentius-noves-elits/)

La desafección política es una vieja conocida de los regímenes democráticos consolidados, y las alarmas sobre la creciente brecha entre representantes y representados son tan antiguas como la misma democracia. No obstante, esto no quiere decir que los españoles tengamos que estar conformes con nuestras élites políticas. Digámoslo abiertamente: en España tenemos un problema de selección de élites. El consenso en torno a este diagnóstico es amplio y, sin embargo, el fracaso a la hora de revertirlo es patente. En mi opinión, este fracaso se debe a un error en la interpretación de las causas que subyacen al fenómeno.


Hace algunos meses, Luis Garicano y Jesús Fernández-Villaverde protagonizaron cierta polémica al cuestionar el nivel formativo de nuestros políticos. La lógica detrás de su argumento venía a ser que, si seleccionáramos élites mejor formadas, tendríamos mejores gobernantes. Sin embargo, pronto comprobamos que no existe una relación causal entre políticos mejor instruidos y mayor calidad de gobierno. Los representantes de los países del sur de Europa cuentan con estudios universitarios en mayor medida que los de los países nórdicos, siendo la calidad institucional de estos últimos superior a la de los primeros. Esto podría dar lugar a varios debates más. Por ejemplo, qué entendemos por políticos bien formados y si esto tiene relación directa con haber cursado estudios superiores. O si debemos plantearnos que los índices de buen gobierno responden a un mejor diseño institucional, siendo la formación de los actores políticos secundaria.


En cualquier caso, si los partidos no seleccionan candidatos desde el punto de vista de la meritocracia que demandan Garicano y Villaverde, esto no quiere decir que estas instituciones funcionen al margen de la lógica. Igual que presumimos (con limitaciones) el carácter racional de los actores económicos, así debemos hacerlo con los actores políticos. Si los individuos responden a incentivos económicos, también lo hacen a incentivos políticos. Por eso creo que el fracaso a la hora de mejorar nuestra selección de élites se debe a achacar la disfuncionalidad actual a la ineptitud de los partidos, en lugar de comprender que existe una lógica (perversa si se quiere) que incentiva dicha selección y que es preciso cambiar. Es decir, el error es no aplicar el principio de racionalidad a la clase política.


Los partidos son maquinarias electorales y los políticos son empresarios que transaccionan poder por votos. Esto, que dicho así puede sonar vil y grosero, es la mejor garantía para mantener el vínculo entre el poder constituido (los representantes) y el poder constituyente (los ciudadanos). Los políticos escuchan a los votantes porque de ellos depende su estancia en el poder. Y resulta que las características que la ciudadanía demanda en un buen político están muy alejadas del ideal meritócrata.


Según el CIS, lo que los españoles valoran más en un candidato es la honradez y la integridad (61,1%), frente al 6,1% que prefiere políticos con formación educativa y conocimientos técnicos. No es un hecho aislado. Los datos del CIS reflejan una tendencia general que ya ha sido descrita por la ciencia política. En su obra Democracy, accountability and representation, Manin, Przeworski y Stokes abordan los mecanismos que operan tras los patrones de voto y, en uno de sus capítulos, James D. Fearon da cuenta de esto que señala la encuesta del CIS: que los ciudadanos entienden los procesos electorales como oportunidades para seleccionar good types, entendiendo buen tipo como aquel candidato con preferencias políticas similares a las suyas, honesto y con principios (honradez, integridad).


Por otro lado, sucede que la demanda de élites no es exógena, es decir, no es independiente de la oferta de políticos disponible. Si atendemos a los políticos que engrosan las formaciones nacionales, encontramos, tal como señala Politikon en La urna rota, una sobreabundancia de funcionarios de partido: individuos que se afiliaron en la adolescencia y han hecho carrera a la sombra de la burocracia interna, a la que deben no solo su lealtad política, sino también su sueldo. Para el resto de profesionales externos a la política, dar el salto a los partidos comporta un coste de oportunidad elevado. Renunciar a un puesto de trabajo para dedicarse a la política, con un mercado de trabajo tan poco flexible como el nuestro y con el desprestigio que pesa sobre la actividad pública, parece un plan ciertamente arriesgado. A no ser que seas funcionario. Así, no es de extrañar que tengamos unas partidos copados por funcionarios en excedencia y funcionarios de partido, con el consiguiente sesgo que ello genera en la selección de élites.


En resumen, a tenor de las preferencias del electorado, los partidos políticos no tienen incentivos para seleccionar élites mejor formadas. Tampoco hay evidencia de que promocionar políticos más instruidos correlacione con mayores niveles de calidad de gobierno. No existe un consenso en torno a lo que debemos considerar un candidato bien formado. Por último, tenemos una oferta de élites claramente sesgada. Así, y siempre asumiendo que es deseable otra selección de élites, la pregunta que debemos hacernos es qué tipo de élites queremos seleccionar y cómo introducimos en los partidos los incentivos necesarios para dar acceso y promocionar a estos candidatos.


No obstante, en mi opinión, este es un proceso que debe ir en paralelo con otro que señalaba más arriba: puesto que es probable que la calidad democrática tenga más que ver con el diseño institucional que con sus actores políticos, mejorar la selección de estos actores tendrá mucho que ver con emprender una renovación institucional profunda. La revisión de nuestro sistema electoral, la apertura de los partidos o la reforma de la administración pública pueden ayudarnos en esta tarea. La tarea de traer transparencia e independencia a nuestra democracia y destierrar de una vez por todas las tentaciones clientelares.