domingo, 19 de enero de 2014

Gamonal: morir de éxito


Creo que no exagero si digo que muy pocos habían oído hablar de Gamonal hace una semana. Sin embargo, para quienes nos une algún vínculo familiar con Burgos, el barrio que abre estos días todos los telediarios no es un desconocido; como no lo son sus conflictos, que tienen más de flamante por la combustión de mobiliario urbano que por su novedad.

Pero, para explicar lo que sucede en Gamonal, quizá debamos ir de lo general a lo particular. Las protestas de estos días no se han fraguado en Madrid ni en Barcelona, sino en Burgos. Burgos es un ejemplo paradigmático de ciudad de provincias del norte peninsular: pequeña, conservadora y fría, esta Vetusta mesetaria no aparecerá nunca en las quinielas para liderar la revolución. Bajo los adoquines de la calle Vitoria no encontrarán la playa y es seguro que  la barba de don Rodrigo persistirá en su estasis pétrea sobre el rocoso Babieca, por mucho que haya quienes quieran saludar la segunda venida del Cid.

Entonces, ¿cómo es posible que hoy todos hablen de las revueltas de Gamonal, que alguno ya se ha apresurado a comparar con las del 15M, Estambul y hasta (ay) Tahrir? No conviene pecar de parsimoniosos a la hora de señalar las causas de un fenómeno que es más complejo de lo que la inmediatez de las redes sociales y los telediarios permite ver. Estos días se ha hablado mucho de movimientos NIMBY defendiendo su derecho a aparcar en la puerta de casa. Sin negar que exista un componente de estas características, apelar a ello como único hilo argumental es incurrir en un reduccionismo interesado.



 

En mi opinión, hay tres factores que explican lo que está ocurriendo en Burgos: la corrupción palmaria que vive la ciudad, la existencia de una minoría antisistema hiperparticipativa y con querencia por los disturbios, y la crisis económica. Los dos primeros puntos no constituyen ninguna novedad, pero con el concurso necesario del tercero se prepara un cóctel molotov.

La corrupción no es ajena a la ciudad del Arlanzón. Si hay alguien que campea por Burgos sin necesidad de Colada o Tizona ese es Antonio Miguel Méndez-Pozo. El empresario, que ya fue condenado a siete años por falsedad documental, ha hecho de la villa su cortijo, y en él hace y deshace, siempre arrimado al poder del PP, desde su atalaya mediática y su enchufada constructora.

Pero si Burgos es una ciudad socialmente conservadora, tiene un movimiento juvenil de extrema izquierda asociado a su equipo de fútbol (sí, aquel Burgos que Juanito llevara hasta la primera división todavía existe, y juega en segunda B). Resaca Castellana ha protagonizado innumerables protestas y disturbios en Gamonal antes, sin que esta barriada obrera haya logrado acaparar la atención de los medios.

Hasta ahora. Siendo el clientelismo y los revoltosos parte del paisaje habitual de Burgos, hacía falta un catalizador para esta reacción de protestas. Y el agente responsable ha sido la crisis económica o, más concretamente, el desempleo generalizado y los recortes. Los vecinos de Gamonal perecieron sobrellevar la corrupción mientras la situación económica no resultaba demasiado acuciante. Pero alcanzado cierto umbral de descontento, con las cifras de paro y las medidas de austeridad asfixiando a los ciudadanos, las tramas urbanísticas se tornaron inaceptables, el endeudamiento municipal se convirtió en una carga onerosa y las obras públicas pasaron a ser secundarias frente a la educación o la sanidad. Así, las minorías antisistema más participativas lograron, esta vez, aglutinar en torno a su discurso a un grupo de ciudadanos más amplio y, por consiguiente, con un poder de presión mayor.

El pulso al Ayuntamiento de la ciudad ha dado sus frutos: la resistencia de Gamonal se ha replicado en varios puntos de España, donde se han convocado revueltas solidarias, y las movilizaciones han alcanzado tal magnitud que el alcalde de Burgos, Javier Lacalle, se ha visto obligado a paralizar las obras de la discordia. Puede decirse que los vecinos han vencido.

Sin embargo, todo parece indicar que Gamonal morirá de éxito. Lacalle ha perdido esta batalla, pero su derrota no es más que el sacrificio necesario para ganar la guerra de las urnas. El alcalde tiende la mano a los ciudadanos y dice renunciar al proyecto que llevaba en su programa electoral para apostar por el diálogo social. Los vecinos nunca esperaron que su victoria pudiera ser tan fácil. La noticia les ha pillado tan a contrapié que se han quedado sin discurso. El retrato del enmudecido barrio triunfante da una idea de lo pobre que es el asociacionismo en España. Gamonal no es capaz de sentarse a negociar con su Ayuntamiento porque no tiene una estructura organizativa, ni unos objetivos definidos, ni un relato vertebrador. Las protestas de Burgos son el clásico ejemplo de iniciativa reactiva, no propositiva, que caracteriza los movimientos sociales en nuestro país.

El alcalde ha colocado la pelota en los tejados de Gamonal y toda España aguarda expectante: ¿Y ahora qué? Ahora, Gamonal dice que continuará las protestas, a falta de una alternativa mejor. Mientras tanto, Lacalle abre los telediarios, vendiéndose ante las cámaras como el político que escuchó al pueblo, apostó por el diálogo y devolvió a Burgos la paz social. Hasta la hierática estatua del Cid sabe que recuperará en las urnas lo que Gamonal le negó en la calle. No habrá destierro: Lacalle cabalga.

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